No podía permitirlo, y menos llevando tan sólo dos
semanas en el trabajo. De hecho, era una situación tan absurda y surrealista
que llegué a pensar que me ponían a prueba para estudiar la reacción del nuevo.
El caso es que allí estaba yo, el nuevo enterrador, y allí, a escasos metros de
mí, ellos dos. Noche cerrada, tres de la madrugada. A ella no la veía bien, a
él sí. Bueno, miento, veía su blanco trasero moverse arriba y abajo, adelante y
atrás, fornicando sobre aquella lápida que no sé si sería de alguno de sus
padres, abuelos, tíos o la primera que encontraron libre (todas lo estaban, como
es lógico). Aquello me pareció repugnante, creo que jamás presencié tamaña
falta de respeto. Y les juro que soy bastante abierto de mente. De hecho, para
que vean que uno es tolerante, no corrí hacia ellos alzando la pala con gesto
amenazante, sino que, reuniendo toda la sorna y el humor que la grotesca
situación me permitió, grité con aire socarrón: “¡muchacho, deja algo para los
demás!”. Imagínense cómo se me quedó el cuerpo cuando me respondió: “¡joder,
ahí tienes la pala, sácate a otra!”.
[Relato finalista en el I Certamen de Relato Erótico Juguetitos para Adultos, octubre 2017]
[Relato finalista en el I Certamen de Relato Erótico Juguetitos para Adultos, octubre 2017]