domingo, 14 de diciembre de 2014

DUELE LA DISTANCIA

He pedido en el bar que quiten la foto. Llevaba más de dos años sin pasar por allí y se han sorprendido bastante al verme, ya no vivo en la ciudad. No lo tomes como una falta de respeto ni un intento por borrar el pasado, que llegó para quedarse. Simplemente me he sentido muy extraño al verla, ya no soy el mismo y supongo que tú tampoco. Puedes estar tranquilo, no ha terminado en un cubo de basura ni olvidada en un cajón. Ahora viste el salón de mi casa. Cuando me la han dado todos se han acordado de ti y de aquellos tiempos. Siguen diciendo que parecemos los rebeldes de Ford Coppola. La verdad es que lo fuimos.
Mi mujer rompió a llorar al verla, siempre duele la distancia. Bueno, aún no lo sabes, poco después de marcharte Silvia y yo nos sentimos muy unidos. Tu partida creó un vínculo especial entre nosotros y volvimos a intentarlo. ¿Recuerdas qué catástrofe la primera vez? Pues finalmente, y contra todo pronóstico, nos casamos hace seis meses. ¿Te acuerdas cuando me veías con mi sobrino en brazos y decías que algún día sería un padrazo? Pues el primero está en camino. Descuida, si es niño se llamará como tú. Lo ha decidido ella, después de todo tú nos presentaste y si no estuvieras tan lejos serías sin duda el padrino.
¿Cuánto tiempo pasábamos en la calle? Siempre decíamos que nuestras madres nos conocían de vista. Resulta curioso pensar que incluso Silvia me dijo una vez que dejara de ir contigo, que no eras una buena influencia. La verdad es que a pocos he conocido que tarden tan poco en liarse los canutos, y encima con una sola mano. Pedazo de cabrón, tú fuiste una de las causas de mi primera ruptura con ella (primero los amigos, ahí nunca te fallé) y, sin embargo, hoy ha llorado al ver tu foto. Eras un bandarra, pero siempre caíste bien a todo el mundo, a pesar de todo.
¿Te acuerdas de Carlos? ¿Cuántas noches nos amaneció a los tres con la cerveza en la mano? Hace años que no sé nada de él. Creo que es jefe de sección en unos grandes almacenes o algo así. La última vez que nos cruzamos apenas sí nos saludamos arqueando levemente las cejas. Iba con una chica, su mujer, supongo. Supe por terceros que se había casado. No estuve en su boda ni le reprocho que no me invitara, ya llevábamos mucho tiempo sin vernos. Tampoco yo soy partidario de esos ostentosos homenajes al pasado, sobrecargando las fotografías de los días más importantes de la vida con compañeros de colegio de los que apenas se recuerda el nombre. Todavía no me creo que los tres lográramos escaparnos a Madrid para ver a Carl Perkins con apenas quince años. ¿Qué dijimos a nuestros padres? Una acampada, o algo así. Y yo salí de mi casa con la chupa de cuero y las botas, qué desastre. Menos mal que fuiste ágil y cuando mi padre preguntó dijiste que antes habíamos quedado para tomar café. Creo que nunca se lo creyó, pero tampoco me volvió a sacar el tema y allí estuvimos viendo a la leyenda. Y menos mal, porque murió poco después: era aquella noche o nunca.
Mi padre murió hace siete años y se acordaba mucho de ti. Siempre me preguntaba por qué no iba nunca a verte y yo le decía que no sabía dónde estabas. Poco antes de irse al otro barrio me preguntó si te habías cortado el pelo ya. El pobre perdió la cabeza durante los últimos días. Mejor así, ni sufrió ni fue consciente de que se iba.
Al final el grupo se fue al traste. Creo que tu batería sigue en la cochera de Carlos. No sé, ya te digo que perdimos el contacto. Mi bajo y el amplificador también se debieron quedar allí. Tras lo de mi padre tuve que ponerme las pilas para terminar la carrera. El primer año todo el mundo me miraba al caminar por el campus con mis tracas y el cuello de la camisa levantado. Aún tenía las botas, pero les quité las espuelas no sé muy bien por qué, la verdad. Algo me obligaba a ser discreto. Presión de grupo, creo que lo llaman. Ya no os tenía, la muchedumbre me tragó y al final, poco a poco, la magia fue desapareciendo. Me recuerdo no hace mucho en pie, mirando el tablón con mi último aprobado de la carrera. Aquella mañana vestía unos zapatos marrones de lo más normal, un pantalón verde y un polo blanco. Quién me ha visto y quién me ve, ¿verdad? Ahora Silvia está encantada conmigo y yo jamás he querido a nadie como a ella. De todas formas aún conservo la camisa de leopardo colgada entre los trajes y amenazo constantemente con ponérmela cuando vengan sus padres a cenar. No se atreve a tocarla porque sabe que fue un regalo tuyo, pero ha tirado todos mis cinturones y camisetas de entonces. Lo que oyes: sólo me quedan los trajes del trabajo y un par de vaqueros y camisas de cuadros que me permite llevar los fines de semana, y aún así depende mucho de los planes que tengamos. La verdad es que no sé cómo pude enamorarme. Y mírame ahora, ya no entiendo la vida sin ella.
Como te he dicho, finalmente acabé la carrera y me va bastante bien. La verdad es que me toco los cojones a dos manos en el trabajo, y sólo los días que me digno a aparecer por allí. Con la excusa de ‘abrir mercado’ (suena bien, ¿eh?) y una cuenta de gastos casi ilimitada paso muchos días simplemente dando vueltas con el coche de la empresa y tomando cafés y copas de dos en dos para que las facturas simulen que estoy con un cliente. Me gustaría saber qué haces tú ahora. Un porro, lo sé, pero además de eso.
Aún tengo clavado en el alma lo ocurrido y creo que ese tipo de heridas no cicatrizan nunca, aunque Silvia siempre dice que tarde o temprano lo superaré. Que lo último que me escucharas decirte fuese aquella barbaridad es algo que apenas me ha dejado dormir durante los últimos años. Sé que sólo fue una broma que no supe entender sumada a mi tremenda facilidad para exagerarlo todo. Pero, y disculpa el reproche, tú tampoco estuviste muy fino ni oportuno, sabiendo cómo lo estaba pasando con mi viejo en el hospital y mi hermana viviendo con aquel hijo de perra. Quiero creer que, a pesar de todo, sabes que te tengo por un hermano. Supongo, y Silvia me lo recuerda constantemente, que el tiempo cura (casi) todas las heridas. Si llego a saber que ibas a marcharte sin despedirte ni dejar señas te hubiera llamado aquella noche para disculparme. Pensaba hacerlo unos días después. Imagino que no te pilla por sorpresa lo orgulloso y gilipollas que siempre he sido.  Quería que pasaran unos días, quizá para que reflexionaras sobre el daño que me habías hecho, ya sabes cuánto me ha gustado siempre ser el ombligo del mundo.
Hoy he pasado por el instituto. He bajado a la ciudad a ver a mi madre y a mi hermana. El hijo de perra se fue y sabe que si vuelve sólo tengo que hacer un par de llamadas para que se arrepienta toda su vida. Aún tengo mis contactos, sigue habiendo un gato callejero bajo el traje y la corbata, aunque mi mujer no lo sabe. He permanecido unos minutos en la escalera de entrada fumando un cigarro. Mi mujer tampoco sabe eso, creo. Supongo que el olor me delatará y que alguna vez me habrá encontrado un paquete de tabaco en algún cajón, pero se hace la despistada con lo primero y no puede decir lo segundo porque tendría que admitir que registra mis cosas. Me he sentido invadido por el recuerdo del día que volví de Barcelona, van a hacer ya quince años. Menudo susto os pegué. Me ha parecido incluso escuchar la guitarra de Miguel a lo lejos. Vaya verano, cómo supimos remontar el río del silencio. Me hubiera dejado enterrar por mis problemas, o algo peor, quién mejor que vosotros lo sabe, de no haberos tenido como amigos.
Tan intenso ha sido que no he podido evitar acercarme a ver a Miguel, sabía que aún vive en casa de sus padres. Ambos hemos roto a llorar al tenernos uno frente a otro, después de más de dos años. Sé que al verme te ha visto a ti. Siempre mantuviste unido al grupo. Cada cual tomó su camino a raíz de tu marcha. Él ha sido quien me ha dicho dónde estás y al fin me he decidido a escribir estas líneas y dejarlas en tu puerta. Llamaré y saldré corriendo.
El día que te fuiste fue el más duro de mi vida. Y yo pensando que ya lo había visto todo y había esquivado los peores baches del camino ¿Sabes que tus padres no se atrevieron a mirar debajo de la sábana? Fui yo quien identificó tu cuerpo. Al principio el juez no lo aceptaba al no haber parentesco sanguíneo, pero tu madre refrendó mi testimonio diciendo que era tu mejor amigo y que si te identificaba no había duda que eras tú.
Y volviste al congelador.
No podía encajarlo, no quería creerlo. El mismo que un año antes, cuando no éramos más que unos mocosos, vino corriendo a buscarme a la vía. ¿Recuerdas cuando lancé la mochila contra el tren? Creía que la vida no tenía sentido y, sin embargo, logré esquivarlo. ¿Por qué tú no?
No me atreví a mirar tu rostro aplastado, te identifiqué por la ropa. Hijo de puta, llevabas la camiseta que te traje de aquel concierto al que no pudiste venir. ¿Era tu forma de decirme adiós?
Yo también me despedí de ti. No habrás olvidado que todos los sábados por la tarde tomábamos cinco cervezas en el bar (elegiste incluso el día, mamonazo). Aquella tarde te senté a mi lado, sé que estabas allí, y tomé diez. Es curioso, no me emborraché y sólo una persona se dignó, o atrevió, a acercarse para hablar conmigo. Hoy estoy casado con ella.
Perdona que no haya venido antes. Siempre supiste lo que opino acerca de hablar con una piedra aunque lleve un nombre escrito. Cuando vuelva a pasar por aquí y no encuentre la carta porque ha sido arrastrada por el viento o deshecha por la lluvia me engañaré pensando que regresaste para leerla. Algún día volveré con Silvia, ella si cree en esas cosas y algo querrá decirte. Siempre respetó mi decisión de no saber dónde estabas enterrado y ahora que lo sé debo decírselo pues seguro vive imaginando ese desconocido lugar desde hace años.
Hoy me he replanteado muchas cosas. Cuando haya dejado estas líneas sobre tu lápida voy a ver a mi padre. ¿Sabes que media familia dejó de hablarme porque no fui al entierro? Incluso a Silvia le pareció exagerado y a poco estuvimos de terminar, pero como siempre estuvo a mi lado y acató mi deseo. Finalmente me he decidido a preguntarle a mi madre dónde está descansando el viejo y voy a pasar por allí. No llevo una carta como la tuya y, en principio, no tengo intención de hablarle al aire. Pero, por si acaso ¿quieres que le diga algo? Sé que me preguntará por ti.


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