Los ojos explotan en ira silenciosa
y el párpado puede con el plomo.
Contemplo en penumbras
la perfecta delineación del marco
el brillo insolente de las bisagras
y siento el aliento del tiempo rozar mi nariz
frío, como el pasillo,
como el techo de húmeda escayola.
Hay óxido tras el umbral
una cortina de nervios tras la cual
espera el cortante zumbido del neón
o el seco reflejo de la luz
en papel ahuesado de 90 gramos.
De los años enterrados en risa y cervezas
rezuma ahora una estela de inquietud
un borroso final que no acierto a ver
allí donde la curva comienza a estrecharse
una niebla que pesa sobre los hombros
cruje la espalda y tensa las piernas.
Me acojo a la única enmienda:
10 miligramos que actuarán antes
si los pongo bajo la lengua.
Me gusta ponerlos bajo la lengua
lejos del nervio
de manera que no se mezcle
el sabor de esta —de otra— derrota
con el hormigón bajo las mantas.