Preparaba
una prueba de lengua
o
de historia o de matemáticas
cuando
dijeron por la radio
que
era el blanco con la mejor voz negra.
No
sabía de quién hablaban
aquella
madrugada aunque
a
mi corta edad ya desfilaba
al
ritmo que marcaban los clásicos
y
los clásicos son negros
Jackie Wilson, Ottis Redding,
Wilson Picket, Elvis Presley
todos
negros.
Poco
después le conocí.
Aún
llevaba pegados a las suelas
restos
de mi niñez
y,
bautizado por su saliva,
supe
que estaba condenado.
Por
entonces
cuando
apenas comenzaba
mi
carrera con el Diablo
una
mujer sonreía
mientras
miraba las horas
en
el balcón de un primer piso
y
al pasar frente a su edificio
me
daba dinero para traerle el pan
y me
dejaba quedarme las vueltas
-todo
un tesoro teniendo en cuenta
que
a esa edad moría y mataba
por
un par de cigarros sueltos-
y
mi madre me dijo un día:
¿no
sabes quién es esa señora?
No
recuerdo qué andaba haciendo
cuando
nos dijo adiós
el
gran hombre blanco con voz de negro
alma
de blues y garganta de hierro
mirar
la pantalla, supongo,
pues
lo supe por las redes
mirar
la pantalla,
como
hace un rato
cuando
he recordado
de
todo lo que podía recordar
de todo el humo, del rock and roll,
de
las noches, de la improvisación…
Cuando
he recordado hace un rato
una
de aquellas mañanas
que
le compré el pan a su madre
y
compré tabaco con el cambio.
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