No, lamento la expectación que haya
podido crear, pero esto no va de canciones de Sabina. Va de juicios y
prejuicios (y no sé si perjuicios, aunque creo que a tanto no llega). Va de
rostro serio y ropa gris. Concretamente de alguien a quien todo el mundo ve con
rostro serio y ropa gris, por más que esté contando chistes y vista camisa
hawaiana. Y ese alguien, que podría ser cualquiera pues muchos son, ahora mismo
vengo a ser yo.
Esto viene de atrás, de mucho tiempo
atrás, pues ya en el instituto observé que la gente ve lo que quiere ver y nada
más. Y como tengas la osadía de decir que ven fantasmas y oyen voces resulta
que el loco eres tú. Como lo cuento.
En el instituto, sobre mis botas con
espuelas y bajo mi chupa de cuero, agarrando un litro de cerveza como si la
vida me fuera en ello, a nadie extrañaba que contara que había dormido en un
banco de la calle o que hubiera despertado debajo de un coche sin recordar
nada. Por descontado, nadie se sorprendía si hablaba de mi amarga relación con
mis padres o de la sartenada de hostias que había dado o había recibido en la
última pelea. Pero era llegar junio,
mostrar mi boletín de notas, todas aprobadas más bien por lo alto, y romperse
los esquemas de la parroquia: que no, que no puede ser, que has copiado o has
falsificado, que a quién quieres engañar, ¿pero tú te has visto?
Años después vinieron varias
temporadas de camarero, una arreglando pinchazos en un taller y otra
repartiendo publicidad por buzones. Todo correcto y no te quejes, que al menos
tienes trabajo. Luego un breve paso por el sector seguros que me obligó a
cambiar de indumentaria, por lo que los nuevos conocidos no se sorprendieron
mucho pero los de siempre otra vez se mostraron boquiabiertos al verme envuelto
en telas marrones y grises desgastadas, raídas, apagadas, en perpetuo velatorio
por quien había llegado a ser tiempo atrás. Y después aterricé en el terreno
donde llevo casi quince años moviéndome como pez en el agua y en el que, por
llevar años en la misma empresa y haciendo práctico el consabido ‘la confianza
da asco’, he recuperado mi indumentaria de siempre. Aunque cueste creerlo, el
ordenador se enciende y funciona igual tanto si el que aprieta el botón lleva
traje y corbata como si lo hace, como yo, en vaqueros y camisa de cuadros,
camiseta en verano (con motos y calaveras, a ser posible).
Desde entonces, cada vez que
respondo a la pregunta sobre a qué me dedico, el rostro de mis interlocutores
que, hartos de oírme contar chistes gesticulando sin el menor sentido del
ridículo esperan una respuesta más mundana, más obrera, me hace recordar una y
otra vez aquel sketch de los Monty Python en el que Michael Palin quiere
cambiar de trabajo y su asesor laboral, John Cleese, le recomienda que no lo
haga, pues es una persona amargada, deprimente y pusilánime; y esto, que
representa un tremendo inconveniente para cualquier otro trabajo, es una gran
ventaja si hablamos de contabilidad.
Sí, soy contable. Menuda fiesta,
¿verdad? Los contables, ya se sabe, somos la alegría de la huerta. Nadie se
plantea organizar una cena o cualquier tipo de evento sin invitar a tres o
cuatro contables. ¿Quién no ha contado
alguna vez un chiste de contables? Somos una mina, un filón. Los chistes de
camareros, camioneros o políticos, bah, se pueden contar con los dedos de una
mano. ¿Pero chistes de contables? ¡Es pisar la calle y se nos ocurren seis o
siete!
Por eso, tras pasar por varias
empresas y asumiendo que así nos luce el pelo, guardo un recuerdo muy especial
de una de tantas cenas de despedida que he protagonizado. Aquella noche, todos
los compañeros (alrededor de treinta o cuarenta) firmaron en una enorme tarjeta.
Había palabras rígidas, forzadas, de compromiso, para pasar el trámite, y otras
sinceras y emotivas, hice buenos amigos allí. Pero de todas, me quedo con la
dedicatoria de una compañera del departamento de comercio internacional que, a
pesar de hablar perfectamente cuatro idiomas, me escribió en perfecto
castellano (tal vez para que nunca olvide que estoy donde no me corresponde):
‘eres el primer contable que conozco con sentido del humor’.
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