En
1973
Jack
Lemmon obtuvo al fin
el
Oscar que le negaron en el 62.
Debieron
ser aquellos días
—los
años son días, nada más—
como
la tarde que avanza
mientras
se aleja el autobús
y
te sientas a esperar el próximo.
Un
caprichoso acordeonista expande el tiempo
haciéndonos
creer en el azar y otras suertes
y
hay más estrellas
en
ese universo en expansión
que
la suma de todos los granos
de
arena de la Tierra.
Cubrid,
pues, vuestros días
al
fin de vino y rosas
haced
como el bueno de Jack:
agarraos
a una estrella
y salvad
al tigre.
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